martes, 8 de septiembre de 2009

El que con fuego juega, puede quemarse!

Mientras nos dejamos llevar por las irresistibles tentaciones que se presentan en nuestras vidas, nos mantenemos en un constante vaivén de emociones que impide mirar un poco más allá del contenido visible. Es absolutamente delicioso pecar, es apasionante mantener la furia encendida de nuestro cuerpo y dejarnos arrastrar por ella a lugares inimaginables; pero esa misma locura, esa que nos hace sentir en la cúspide de la vida, es capaz más tarde de inclusive generar un malestar de una magnitud tal que puede sumirnos en profundas tristezas. 
 
Muchos de los que ingresan a este mundo lo hacen por curiosidad, de igual manera me sucedió, pero las primeras veces que lo hice fue por explorar un camino nuevo que según como enfoqué las cosas sólo se quedaría en probar; no deseé ni pensé llegar a desear tanto volver a caer en la tentación, por eso continué, porque sólo quería llegar a sentir el inigualable placer del que me hablaba mucha gente, sin embargo no cuestioné lo que sucedería después. Pero como dice el sabio Salomón: “¿Puede alguien caminar sobre las brasas sin quemarse los pies?”; es ahí donde mi mente empieza a doblegarse.
 
Después de lo que ocurrió la última noche no volví a ver a mi amiga hasta varios días después porque ellos trabajaban hasta muy tarde; una que otra noche fui a saludarla sólo unos minutos, pero nada más. Los días empezaron a hacerse muy largos, deseaba poder verla cada vez que tuviese la oportunidad y aunque mi esposo me secundaba todo, mi propia conciencia no permitía mantenerme tan cerca, precisamente para evitar lacerarme. Algunas veces uno no es capaz de resistir las tentaciones de su naturaleza pecaminosa y yo estaba en un punto en el que posiblemente caería, de modo que intenté alejarme un poco. 
 
Sin embargo una de las noches en que fui a visitarla descubrí que estaba indispuesta, que no iría a trabajar al siguiente día y que se quedaría sola, así que yo, por supuesto sin la más mínima voluntad, me ofrecí a cuidarla. Ya se imaginarán a dos mujeres solas en un apartamento entregándose completamente, sin pronunciar palabra, sólo conducidas por sus cuerpos rebosantes de pasión. No es lo mismo ser protagonistas de una escena en la que los espectadores esperan ver mucha acción a ser simplemente dos almas que se entregan, besan y acarician espontáneamente y sin presión. Fue muy diferente sentirla bajo esas circunstancias y lógicamente fue maravilloso, pero nuestra despedida se hacía menos fácil cada vez.
 
Afortunadamente dos días después mi esposo y yo viajamos de vuelta a casa; me refiero a este hecho como afortunado, aunque en su momento parecía lo peor que hubiese podido suceder porque quedé con una gigantesca sensación de vacío, ya que gracias a vivir en ciudades diferentes  pude madurar y sacar incontables conclusiones que me han logrado mantener equilibrada y supongo que me han salvado de terminar abrasada por las llamas del fuego que desafiaba.
 
Cuando el ser humano disfruta de magnánimos placeres se impide razonar adecuadamente, no obstante todos tenemos derecho a jugar con ese fuego, porque es ese el medio a través del cual aprendemos a conducir nuestras vidas a horizontes cada vez mejores.

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