domingo, 13 de septiembre de 2009

Hasta que llegue la hora de morir, todo es vivir!

Pasaron varios meses desde que conocí a quien me he referido hasta ahora con el apelativo de “Mi Noviecita”  y no había vuelto a verla. Las cosas estaban bastante frías entre nosotras, casi no hablábamos y en ocasiones nuestras conversaciones eran poco armoniosas porque las posibilidades de vernos otra vez eran casi nulas.

Me había hecho a la idea de no volver a verlos más, pero un día, sin tener motivos, sólo por impulso y con la excusa de saludar, la llamé y me llevé una grata sorpresa cuando me comentó que existía la posibilidad de venir porque tendrían vacaciones pronto. Pocos días después me llamó con la excelentísima noticia de que vendrían, y en menos de un mes a partir de esa fecha, nos visitaron.

Fue espectacular volver a verla; cuando llegamos a mi casa no hubo poder humano que nos sacara de la cama. Al día siguiente nos fuimos para una cabaña a las afueras de la ciudad y allá sí hubo todo un despliegue de magia y buen sexo. La primera vez que mi “noviecita” y yo tuvimos contacto sexual en la cabaña fue en la habitación donde se alojaron ellos. Nos pusimos a jugar algo que ni siquiera recuerdo y sin tantas vueltas terminamos besándonos y fundiendo nuestros cuerpos, delante de nuestros esposos. Ellos, a la expectativa de lo que sucedería, no nos quitaron los ojos de encima hasta que los hicimos partícipes de la diversión. Cuando se acercaron, ella tomó a su esposo y yo al mío, los besamos brusca y apasionadamente, cada una con el aroma impregnado de la otra, siendo ese el detonante de lujuria más impresionante, pues estos hombres enloquecieron; me excitó muchísimo hacer parte de aquella escena, de modo que sin la más mínima cordura solté los pantalones de cada uno y sujeté con cada mano sus miembros, masajeándolos firmemente, mientras mi novia los besaba a ambos, con sus piernas bien abiertas,para que yo, también al mismo tiempo, intentara hacer que ella explotara de placer en mi boca. Tener un miembro en cada una de mis manos y en mi boca la zona más ardiente del cuerpo de mi novia es la sensación más extraordinaria que viví hasta ese momento, saqué una parte muy salvaje de mí que me fascinó.

Después de haber jugado y llevado al límite nuestros cuerpos, esa noche terminamos haciendo el amor, cada una con su esposo, “juntos pero no revueltos”, acabando todos agotados por el cansancio; pero esa sólo fue la bienvenida a la cabaña, aún había mucho más que dar.

Al día siguiente estaba duchándome porque el clima no jugaba a nuestro favor e imprevistamente mi novia entró al baño donde me hallaba completamente desnuda, se me acercó sonriendo con picardía y empezó a besarme. Mientras el agua se deslizaba por nuestra piel, nos besamos y acariciamos cada área capaz de enardecer nuestros cuerpos: la espalda, el cuello, los senos, las piernas, el abdomen, la cola, todo. Mi novia se fue arrodillando en el piso y mientras bajaba no dejaba de acariciarme con esos jugosos labios; llegó a mi entrepierna, me acarició con sus dedos, acercó su boca y movió su lengua a una velocidad increíble sobre mi punto de placer, mi clítoris, haciéndome gemir durante suficiente tiempo hasta que logró que explotara en un evidente grito de éxtasis.

Inmediatamente tomé fuerzas agarré sus senos con mis manos, los besé, mordisqueé, succioné y lentamente fui bajando a su entrepierna. Cuando llegué me encontré con un clítoris excitado, estaba crecido y ansioso de sentir más, lo metí en mi boca y succioné suavemente mientras introducía uno de mis dedos en su cavidad vaginal, sintiendo la tibieza interna de su cuerpo; podría permanecer ahí fijada el tiempo que fuese y jamás me cansaría, sin embargo subí nuevamente besándola y dejándome mojar por el agua que se deslizaba por nuestros fervientes cuerpos. Sin darme la oportunidad de declinar, rápidamente mi novia dio un giro y me empujó contra la pared juntando su clítoris con el mío, consiguiendo que éstos se rozaran fuertemente, y haciéndome experimentar un placer fantástico, quizá el más grandioso de todos los que he sentido a su lado.

Al terminar nos miramos y sonreímos con malicia por todo lo que habíamos vivido y también por el hecho de que sólo a algunos metros de distancia se encontraban nuestros esposos conversando sin percatarse de lo que sucedía.

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